lunes, 24 de agosto de 2015

Homenaje póstumo al Doctor José Villamor León

Hace unos días que se ha celebrado el homenaje a mi padre en la facultad de Medicina de la Universidad  Autónoma  de Madrid, donde fue catedrático y decano durante catorce años. En el acto se glosaron la autoría de dos libros de su especialidad (neumología) y la colaboración en otros 57, las casi 200 publicaciones científicas nacionales e internacionales, otras tantas comunicaciones en congresos en España y en el extranjero y 33 tesis dirigidas, entre otras muchas labores.

Todos sus méritos fueron enumerados y alabados con una admiración  y un amor que me consta que son sinceros por el actual rector de la universidad, el actual decano de la facultad de medicina, el actual jefe de servicio que también fue alumno suyo y otros colegas que quisieron expresar y recordar a todos aquellos alumnos agradecidos y a la familia del Dr. José Villamor lo mucho que hizo y se entregó a sus amigos, a la Ciencia, a la Docencia y a la Universidad.

Me pidieron dijera unas palabras en este acto de homenaje. Palabras que fui incapaz de encadenar sin mil interrupciones emocionadas no sé si propias de un hijo o de un niño. En esta ocasión quiero compartirlas con todos los que pudieron estar allí y disculparon mi llanto con comprensión y con todos los que no dejáis de llamarme para trasladarme vuestro calor a pesar de no haber podido acudir aquel día.

Mil gracias a todos por vuestro cariño

El día que recibí la llamada de mi profesor Fran García del Rio anunciándome la convocatoria de este acto y ofreciéndome la oportunidad de decir unas palabras, lo primero que hice fue pensar en a quien debía dedicarlas, a quien le debía esas palabras. Creo que si a alguien debo testimonio de lo que viví junto a Pepe, principalmente es a mis hermanos que nunca conocieron o, mejor dicho, que nunca tuvieron en privilegio y el placer de conocer su faceta docente y con ello se perdieron todo lo que muchos de vosotros pudisteis disfrutar de Pepe.

Principalmente, me siento en el deber de hablar para ellos, para mis hermanos, porque no tuvieron como yo la ocasión de entender muchas de las cosas que tanto podían influir en la vida familiar con la que todos crecimos. 

Es una pena no haberlo hecho antes y haber tenido que aprovechar este homenaje para contaros esa faceta brillante de la que tanto habéis oído hablar hoy a todos sus compañeros que, como veis, le querían y admiraban.

Pero todos, dentro y fuera de casa, sabéis lo poco dado que era a recibir elogios. De hecho, cada vez que yo intenté piropearle en muchas comidas familiares de los domingos, porque como os digo siempre he creído que estaba en la obligación de contaros estas cosas, no sé como lo hacía, pero él acababa siempre neutralizando mi intención, cambiando de conversación con ese arte andaluz capaz de desmontar a cualquiera.  

Saltándome el orden cronológico y por grado de intensidad del recuerdo, comenzaría por explicaros mi experiencia cuando, siendo yo delegado de curso en segundo de carrera, me sorprendieron los delegados de cursos superiores anunciándome que querían proponer a papá como decano de la facultad.

Cuando aún no era catedrático, fueron aquellos alumnos aventajados -porque quiero remarcar que por aquel entonces los delegados de curso siempre eran alumnos especialmente responsables y comprometidos con la calidad de la que por entonces ya era la mejor facultad de Medicina española- los que me convencieron de que Pepe era un docente especial.

Fue para mí una autentica sorpresa descubrir lo mucho que le querían y admiraban, hasta el punto de rogarle que se dejara presentar ante el rector de la Universidad como candidato propuesto por los alumnos. Un poder y un derecho que los alumnos nunca habían ejercido y que iba acompañado del compromiso de hacerle una campaña de la que no querían que Pepe se preocupara para que aquello no supusiera esfuerzo para él. 

Por supuesto, fue el equipo de profesores, algunos de los cuales hoy tenemos con nosotros, los que finalmente consiguieron aquel sueño. Todos eran conscientes de que la situación no era cómoda pues Pepe iba ser así el primer decano que rompiera con una tradición de decanos cátedros que según me explicaron entonces, se pasaban el relevo casi sin necesidad de solicitar convocatoria desde hacía años.

Esta fue la primera vez en la que fui consciente de que papá no era solo admirado por la camada de los cinco villamores, que lo esperábamos por la tarde en casa para darle un beso a la vuelta del hospital antes de que se metiera en su consulta privada, de la que no salía nunca antes de que nosotros ya hubiéramos hecho los deberes con Nines, hubiéramos cenado y nos hubiéramos ido a la cama sin verlo hasta el desayuno del día siguiente.

Fue en aquellos días de inquietud en la facultad cuando por primera vez también papá me sentó en su despacho en casa y me hizo la primera consulta de adulto a adulto, que ni me atreví a contar a mis hermanos. Pepe me pidió permiso para aceptar su candidatura a decano. Me confesó que los antiguos catedráticos podían molestarse y temía que eso pudiera afectarme durante mi carrera. 

Yo le pregunte qué suponía para él ser decano, y fue entonces cuando vi en sus ojos aquel brillo explicándome todo lo que él creía que podía hacer por mejorar la facultad. De inmediato reconocí ese brillo de ilusión; un brillo que ya le había visto de pequeño, cuando me llevaba de caza y a petición mía accedía a volver a contarme cómo se enamoró de Nines durante la carrera. Esa sí que era un historia chula y seguramente por eso yo la guardaba como un secreto entre papa y yo. 

También en aquellos viajes yo le suplicaba que me repitiera algo que él sabía que a mí me encantaba oír y así me relataba que en realidad él no se enamoró de mama durante la carrera, me explicaba cómo simplemente había sentido un flechazo en el corazón el primer día que la vio entrar en el aula y que la verdad era que se enamoró de ella durante el resto de su vida. Era entonces cuando comenzaba con los ojos encendidos a contarme las mil y una anécdotas y las mil y una cualidades de mamá.

Finalmente pude descubrir en cuarto curso, cuando ya fue profesor mío, el porqué de ese amor de los alumnos por Pepe. Y también fue entonces cuando recordé que, ya de niños, todos los hermanos habíamos sido conscientes de lo que se hacía querer por sus pacientes.

Todas las tardes al volver del cole, cuando les abríamos la puerta de la consulta o les cogíamos cita por teléfono sobre el libro aquel que Nines confeccionaba a modo de Excel de papel, lápiz y goma de borrar, no dejábamos de oír los mil elogios de lo bueno que era. 

El muy canalla se expresaba en el aula con esa facilidad, con ese arte empático que todos los Villamor habíamos mamado en casa como algo natural, pero que en la facultad destacaba y lo diferenciaba como el que tiene el don de transmitir todo el conocimiento del más sabio con la facilidad con la que un padre te cuenta los cuentos para dormir o te relata sus aventuras de joven en aquellos viajes de verano en el 1500 familiar que nos hacían prestar atención con el deseo de que nunca llegáramos a nuestro destino para que no se acabara aquella emocionante narración.

Tal vez yo hubiera tenido que confesar a mis hermanos que toda esa sabiduría, que toda aquella Ciencia con la que lideraba su equipo, con la que formaba a todo su alumnado, posiblemente podría justificar aquellos fines de semana en los que no se podía molestar a papá, aquellos fines de semana en los que no le veíamos quitarse el pijama porque estaba leyendo y escribiendo sin parar. 

De veras que era una maravilla oírle y verle en el aula y en el hospital y comprobar cómo los alumnos se encantaban rotando con él. No sé si tal vez hubierais sentido celos como yo de lo que Pepe se entregaba a ellos. Pero mi suerte fue que conocerlo como alumno parecía redondearlo todo, me refiero a que era entonces cuando descubrías que toda aquella entrega estaba justificada. 

Y seguramente la justificación de toda aquella dedicación a la facultad, a sus pacientes y a sus alumnos, estriba en lo que yo siempre había considerado un tópico o casi una utopía: dejar algo nuevo en este mundo, marchar sabiendo que has mejorado el lugar al que llegaste. 

Así que aquel Pepito, el listillo del barrio de la Renfe. El hijo de aquel maquinista empeñado en que su hijo llegase a ser algo en la vida, marchó dejando la Medicina y la humanidad de los que con él se cruzaron significativamente mejor que como la habían conocido.

Creo que es difícil imaginar más amor y más esfuerzo del que Pepe volcó en todo lo que hizo y por ello Nines, cuando miro a cada uno de los Villamor, e incluso a cada uno de vuestros nietos, valorando de cada uno de ellos su capacidad de superación, su entrega a los estudios o al trabajo, su amor por la familia o esa sana capacidad de autocrítica con un toquecillo de gracia granaína, me parece evidente que, efectivamente, Pepe dejó este mundo algo mejor que lo encontró.

Como he comenzado diciendo, estas palabras están principalmente dedicadas a mis hermanos, pero según las he ido escribiendo he descubierto que, junto a Pepe, esta categoría de hijo se hacía tan extensible que seguramente mis palabras hoy han hablado para la mayor parte de esta sala.

Muchas gracias a todos

No hay comentarios:

Publicar un comentario