Todos sus méritos fueron enumerados
y alabados con una admiración y un amor
que me consta que son sinceros por el actual rector de la universidad, el
actual decano de la facultad de medicina, el actual jefe de servicio que también
fue alumno suyo y otros colegas que quisieron expresar y recordar a todos
aquellos alumnos agradecidos y a la familia del Dr. José Villamor lo mucho que
hizo y se entregó a sus amigos, a la Ciencia, a la Docencia y a la Universidad.
Me pidieron dijera unas
palabras en este acto de homenaje. Palabras que fui incapaz de encadenar sin
mil interrupciones emocionadas no sé si propias de un hijo o de un niño. En
esta ocasión quiero compartirlas con todos los que pudieron estar allí y
disculparon mi llanto con comprensión y con todos los que no dejáis de llamarme
para trasladarme vuestro calor a pesar de no haber podido acudir aquel día.
Mil gracias a todos por
vuestro cariño
El
día que recibí la llamada de mi profesor
Fran García del Rio anunciándome la convocatoria de este acto y ofreciéndome la
oportunidad de decir unas palabras, lo primero que hice fue pensar en a quien
debía dedicarlas, a quien le debía esas palabras. Creo que si a alguien debo testimonio
de lo que viví junto a Pepe, principalmente es a mis hermanos que nunca
conocieron o, mejor dicho, que nunca tuvieron en privilegio y el placer de
conocer su faceta docente y con ello se perdieron todo lo que muchos de vosotros
pudisteis disfrutar de Pepe.
Principalmente,
me siento en el deber de hablar para ellos, para mis hermanos, porque no
tuvieron como yo la ocasión de entender muchas de las cosas que tanto podían
influir en la vida familiar con la que todos crecimos.
Es
una pena no haberlo hecho antes y haber tenido que aprovechar este homenaje
para contaros esa faceta brillante de la que tanto habéis oído hablar hoy a
todos sus compañeros que, como veis, le querían y admiraban.
Pero
todos, dentro y fuera de casa, sabéis lo poco dado que era a recibir elogios.
De hecho, cada vez que yo intenté piropearle en muchas comidas familiares de
los domingos, porque como os digo siempre he creído que estaba en la obligación
de contaros estas cosas, no sé como lo hacía, pero él acababa siempre
neutralizando mi intención, cambiando de conversación con ese arte andaluz capaz
de desmontar a cualquiera.
Saltándome
el orden cronológico y por grado de intensidad del recuerdo, comenzaría por
explicaros mi experiencia cuando, siendo yo delegado de curso en segundo de carrera,
me sorprendieron los delegados de cursos superiores anunciándome que querían
proponer a papá como decano de la facultad.
Cuando
aún no era catedrático, fueron aquellos alumnos aventajados -porque quiero
remarcar que por aquel entonces los delegados de curso siempre eran alumnos especialmente
responsables y comprometidos con la calidad de la que por entonces ya era la
mejor facultad de Medicina española- los que me convencieron de que Pepe era un
docente especial.
Fue
para mí una autentica sorpresa descubrir lo mucho que le querían y admiraban,
hasta el punto de rogarle que se dejara presentar ante el rector de la Universidad
como candidato propuesto por los alumnos. Un poder y un derecho que los alumnos
nunca habían ejercido y que iba acompañado del compromiso de hacerle una
campaña de la que no querían que Pepe se preocupara para que aquello no
supusiera esfuerzo para él.
Por supuesto, fue el equipo de profesores, algunos de los cuales hoy tenemos con nosotros, los que finalmente consiguieron aquel sueño. Todos eran conscientes de que la situación no era cómoda pues Pepe iba ser así el primer decano que rompiera con una tradición de decanos cátedros que según me explicaron entonces, se pasaban el relevo casi sin necesidad de solicitar convocatoria desde hacía años.
Por supuesto, fue el equipo de profesores, algunos de los cuales hoy tenemos con nosotros, los que finalmente consiguieron aquel sueño. Todos eran conscientes de que la situación no era cómoda pues Pepe iba ser así el primer decano que rompiera con una tradición de decanos cátedros que según me explicaron entonces, se pasaban el relevo casi sin necesidad de solicitar convocatoria desde hacía años.
Esta
fue la primera vez en la que fui consciente de que papá no era solo admirado
por la camada de los cinco villamores,
que lo esperábamos por la tarde en casa para darle un beso a la vuelta del
hospital antes de que se metiera en su consulta privada, de la que no salía
nunca antes de que nosotros ya hubiéramos hecho los deberes con Nines, hubiéramos
cenado y nos hubiéramos ido a la cama sin verlo hasta el desayuno del día siguiente.
Fue
en aquellos días de inquietud en la facultad cuando por primera vez también
papá me sentó en su despacho en casa y me hizo la primera consulta de adulto a
adulto, que ni me atreví a contar a mis hermanos. Pepe
me pidió permiso para aceptar su candidatura a decano. Me confesó que los
antiguos catedráticos podían molestarse y temía que eso pudiera afectarme
durante mi carrera.
Yo
le pregunte qué suponía para él ser decano, y fue entonces cuando vi en sus
ojos aquel brillo explicándome todo lo que él creía que podía hacer por mejorar
la facultad. De inmediato reconocí ese brillo de ilusión; un brillo que ya le
había visto de pequeño, cuando me llevaba de caza y a petición mía accedía a volver
a contarme cómo se enamoró de Nines durante la carrera. Esa sí que era un
historia chula y seguramente por eso yo la guardaba como un secreto entre papa
y yo.
También
en aquellos viajes yo le suplicaba que me repitiera algo que él sabía que a mí me
encantaba oír y así me relataba que en realidad él no se enamoró de mama durante
la carrera, me explicaba cómo simplemente había sentido un flechazo en el corazón
el primer día que la vio entrar en el aula y que la verdad era que se enamoró
de ella durante el resto de su vida. Era entonces cuando comenzaba con los ojos
encendidos a contarme las mil y una anécdotas y las mil y una cualidades de mamá.
Finalmente
pude descubrir en cuarto curso, cuando ya fue profesor mío, el porqué de ese
amor de los alumnos por Pepe. Y también fue entonces cuando recordé que, ya de
niños, todos los hermanos habíamos sido conscientes de lo que se hacía querer por
sus pacientes.
Todas
las tardes al volver del cole, cuando les abríamos la puerta de la consulta o
les cogíamos cita por teléfono sobre el libro aquel que Nines confeccionaba a
modo de Excel de papel, lápiz y goma de borrar, no dejábamos de oír los mil
elogios de lo bueno que era.
El
muy canalla se expresaba en el aula con esa facilidad, con ese arte empático
que todos los Villamor habíamos mamado en casa como algo natural, pero que en
la facultad destacaba y lo diferenciaba como el que tiene el don de transmitir todo
el conocimiento del más sabio con la facilidad con la que un padre te cuenta
los cuentos para dormir o te relata sus aventuras de joven en aquellos viajes
de verano en el 1500 familiar que nos hacían prestar atención con el deseo de
que nunca llegáramos a nuestro destino para que no se acabara aquella
emocionante narración.
Tal vez yo hubiera tenido que confesar a mis hermanos que toda esa sabiduría, que toda aquella Ciencia con la que lideraba su equipo, con la que formaba a todo su alumnado, posiblemente podría justificar aquellos fines de semana en los que no se podía molestar a papá, aquellos fines de semana en los que no le veíamos quitarse el pijama porque estaba leyendo y escribiendo sin parar.
Tal vez yo hubiera tenido que confesar a mis hermanos que toda esa sabiduría, que toda aquella Ciencia con la que lideraba su equipo, con la que formaba a todo su alumnado, posiblemente podría justificar aquellos fines de semana en los que no se podía molestar a papá, aquellos fines de semana en los que no le veíamos quitarse el pijama porque estaba leyendo y escribiendo sin parar.
De
veras que era una maravilla oírle y verle en el aula y en el hospital y
comprobar cómo los alumnos se encantaban rotando con él. No sé si tal vez hubierais
sentido celos como yo de lo que Pepe se entregaba a ellos. Pero mi suerte fue
que conocerlo como alumno parecía redondearlo todo, me refiero a que era
entonces cuando descubrías que toda aquella entrega estaba justificada.
Y
seguramente la justificación de toda aquella dedicación a la facultad, a sus
pacientes y a sus alumnos, estriba en lo que yo siempre había considerado un tópico
o casi una utopía: dejar algo nuevo en este mundo, marchar sabiendo que has
mejorado el lugar al que llegaste.
Así
que aquel Pepito, el listillo del
barrio de la Renfe. El hijo de aquel maquinista empeñado en que su hijo llegase
a ser algo en la vida, marchó dejando la Medicina y la humanidad de los que con
él se cruzaron significativamente mejor que como la habían conocido.
Creo
que es difícil imaginar más amor y más esfuerzo del que Pepe volcó en todo lo
que hizo y por ello Nines, cuando miro a cada uno de los Villamor, e incluso a
cada uno de vuestros nietos, valorando de cada uno de ellos su capacidad de
superación, su entrega a los estudios o al trabajo, su amor por la familia o
esa sana capacidad de autocrítica con un toquecillo de gracia granaína, me parece evidente que,
efectivamente, Pepe dejó este mundo algo mejor que lo encontró.
Como
he comenzado diciendo, estas palabras están principalmente dedicadas a mis
hermanos, pero según las he ido escribiendo he descubierto que, junto a Pepe,
esta categoría de hijo se hacía tan extensible que seguramente mis palabras hoy
han hablado para la mayor parte de esta sala.
Muchas
gracias a todos
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