Cuando algo así te toca de cerca, es difícil encontrar consuelo. Siempre he querido paliar la pena de los demás haciéndoles ver que la pena que lloramos por alguien está fundada en la maldita obsesión patológicamente afincada entre nuestros valores de dar al tiempo, a la longevidad, la mayor de las prioridades.
Siempre recurro al discurso que pretende hacer ver al amigo que ha perdido un ser querido la importancia que tiene la felicidad que se ha tenido en el tiempo que se ha vivido. Insisto en el valor de la dicha apurada con pasión. La alegría y la pasión no pueden quedar ensombrecidas por el valor que otorgamos al tiempo como variable fundamental de nuestra existencia.
Durante los años 90 y 91 viajé con estos pilotos jovencitos que comenzaban su carrera con pasión y entrega, con disfrute y ensueño, por el Campeonato de Europa de Motociclismo. Después los acompañé en el Mundial; algo más mayores y maduros, pero que seguían mágicamente entusiasmados en el día a día de la superación de si mismos. Entregados al deporte de su vida con la misma pasión con la que lo habían vivido desde su infancia, antes de empezar a competir.
Si hay algo verdaderamente envidiable en los pilotos es precisamente la emoción con la que viven no sólo la competición y el deporte, sino la vida. Todo gira en torno a la puesta a punto de la moto, en torno al pilotaje, en torno a su superación. No necesitan siquiera escapes como nos ocurre a los demás cuando decimos echar de menos el fin de semana o las vacaciones.
Vivió así, y así lo comunicaba y así lo comunico a mi peque. Marco Simoncelli vivió una existencia en la que sin lugar a dudas y sin necesidad de reflexiones, el tiempo no era ni de lejos la variable más importante.
La pasión, la excitación de la felicidad de hacer constantemente lo que más deseaba anulaba el resto de parámetros y con ellos el tiempo. No podemos llorar la brevedad de su joven vida. Seguramente, él no la lloraría, pues estoy convencido de que nunca hubiera cambiado la longevidad por el placer y la plenitud de hacer lo que más le apasionaba: pilotar.
Así he conseguido parar las lágrimas que torpemente han querido entristecerme al saber la noticia de que su tiempo entre nosotros ya ha terminado y me he obligado a recordarle con envidia y con una sonrisa.
Ciao, SuperSic!
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