En estos meses, muchos usuarios me han preguntado acerca de mi opinión sobre casos a los que únicamente he podido dar una respuesta aproximada y a los que siempre he procurado transmitir la idea de que sin una exploración física realizada en persona es imposible hacer un diagnóstico certero.
En estas dos semanas he asistido a tres cursos distintos. En Santander se habló sobre artroscopia de muñeca. En Dusseldorf se trató la patología de columna. El Escorial se pretendía poner sobre la mesa las actualizaciones del Ligamento Cruzado Anterior (LCA) y mi papel fue, precisamente, el de moderar un debate acerca de la sensibilidad y fiabilidad de las pruebas diagnósticas.
A pesar de lo variopinto de los temas, en todas estas citas se ha puesto de manifiesto que difícilmente se puede hacer un diagnóstico completo basándonos únicamente en radiografías, resonancias magnéticas (RM), ecografías y otras pruebas de imagen.
Lo que me gustaría transmitiros, después de corroborarlo en estos tres encuentros y en todas y cada una de las comunicaciones que caen en mis manos en cursos de traumatología y cirugía ortopédica, es que prácticamente ninguna patología de las que afectan al aparato locomotor puede prescindir de la realización de una historia clínica exhaustiva, de una entrevista médica dirigida por un especialista y de una exploración física detallada, metódica y científica, personalizada y dirigida a buscar el origen de la dolencia del que acude a nosotros.
Es cierto que las pruebas que hemos mencionado pueden confirmar una sospecha que ya teníamos y que en muchas ocasiones sirven para afinar nuestro veredicto, pero por sí solas nunca suponen la conclusión definitiva.
Extrañeza de los pacientes
Por este motivo, muchos de nuestros usuarios sienten cierta perplejidad cuando primero los entrevistamos y los exploramos, en lugar de encargar una batería de pruebas, así como cuando no leemos el informe que adjuntan las placas, especialmente si se las han llevado a cabo hace un tiempo y las traen ya bajo el brazo.
He de aclarar que no es que no confiemos en los exámenes de este tipo que hayan realizado otros colegas. Simplemente es que esas imágenes pueden ofrecer resultados irreales o incorrectos, o cuando menos confusos y abiertos a diversas interpretaciones.
Por ejemplo, en el curso que tuvo lugar en El Escorial, se presentaron unos datos muy reveladores procedentes de un estudio en los que se habían tomado imágenes sagitales con resonancia magnética a 53 rodillas de otros tantos pacientes. Según estas pruebas, los individuos tenían claramente roto el LCA.
Sin embargo, cuando estos mismos sujetos pasaron por la mesa del artroscopista para solucionar esa supuesta rotura se comprobó que nada menos que 20 eran falsos positivos; es decir, el ligamento estaba sano.
Este hecho es especialmente llamativo en los casos en los que el LCA únicamente sufre una rotura parcial. En estos supuestos, la mayoría de la literatura médica coincide en señalar que el examen físico supera con creces a los test de imagen.
La experiencia es un grado
No me gustaría dar la sensación de que las pruebas de imagen no tienen valor. Es más, en algunos trabajos se especifica que la sensibilidad, exactitud y especificidad de la resonancia alcanza el 90%, frente a entre el 64% y el 83% de la exploración física.
En cualquier caso, no tengo por menos que romper una lanza a favor de la experiencia del examinador y hacer constar que, igual que una máquina de rayos o una RM no es prácticamente nada sin un buen especialista que maneje esta tecnología y sepa posteriormente interpretarla, en las exploraciones físicas es fundamental la experiencia del que las lleva a cabo.
El motivo de relativizar la capacidad de estas sofisticadas pruebas a la hora de arrojar un diagnóstico es que estos procedimientos reflejan la imagen anatómica de la zona que creemos lesionada, pero el aparato locomotor es algo más que forma y estructura.
Tiene una funcionalidad. Es el artífice de que podamos movernos, hacer ejercicios, adoptar posturas, sostenernos en pie, correr… algo que únicamente puede evaluarse entrando en contacto con el profesional.
De esta manera podemos indicar al paciente qué movimientos y posturas ha de adoptar para detectar una posible anomalía, observar claramente cómo y cuándo aparece el dolor que le martiriza, comparar la funcionalidad, la inflamación y el aspecto de una articulación con la contraria que está sana, distinguir si la patología tiene origen óseo, musculotendinoso o neurológico, hasta qué punto la dolencia que sufre deteriora o no su calidad de vida… aspectos todos ellos que no se pueden evaluar completamente ni con el más sofisticado de los aparatos.
jueves, 18 de febrero de 2010
Test diagnósticos: cuando una imagen no vale más que mil palabras
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Ángel Villamor,
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